En la sociedad
actual, la educación debe contribuir a formar personas que puedan convivir en
un clima de respeto, tolerancia, participación y libertad y que sean capaces de
construir una concepción de la realidad que integre a la vez el conocimiento y
la valoración ética y moral de la misma.
Cuando tanto
se habla de la mejora de la calidad de la educación, debe necesariamente
insistirse en que tal educación ha de ser capaz de ayudar a todos los alumnos,
sin restricciones ni discriminaciones de ningún tipo, a aprender y
desarrollarse, a formarse como personas y como ciudadanos, a construir y realizar
su propio proyecto de vida en el marco de una sociedad democrática. Sin
embargo, no se puede olvidar que los niños y los jóvenes no se educan solamente
en la escuela.
El papel de la
sociedad y de la familia es fundamental para conseguir un desarrollo personal
completo y armónico. En concreto, la educación en valores no puede entenderse
al margen del ambiente y la influencia familiar. La familia es la primera
institución responsable del desarrollo de valores desde la edad infantil y esa
responsabilidad debe ser subrayada.
No obstante,
tampoco puede ignorarse que en la moderna sociedad de la información hay otros
elementos del entorno que desempeñan un papel relevante en la transmisión y
conformación de valores en los jóvenes. Una de las mayores novedades de nuestro
tiempo consiste en la gran influencia que ejercen la televisión, los medios de
comunicación o la información a la que se accede a través de Internet, que son
también instancias educativas que se escapan al control de las familias y de la
escuela. Al igual que los centros, los docentes y las familias, también estos
medios tienen una responsabilidad social en la formación en valores de los
ciudadanos que no puede ser soslayada. La confluencia o la contraposición de
los mensajes transmitidos desde unas y otras instancias tiene un gran impacto
educativo.
En estas
circunstancias, se debe reconocer que la multiplicidad de códigos morales es
una característica propia de nuestro tiempo. La sociedad democrática no puede
eludir la tarea de socializar a los niños y jóvenes, proporcionándoles a través
del sistema educativo las enseñanzas y la reflexión necesarias para que puedan
convertirse en personas libres y honestas y en ciudadanos activos. La vida en
sociedad demanda acciones y conductas concretas que exigen a los individuos la
consideración de la presencia de los otros, el derecho de todos a ser tenidos
en cuenta y la necesidad de cumplir determinadas reglas de convivencia. Los
niños y los jóvenes tienen que aprender que pertenecer a una sociedad democrática
es formar parte de una colectividad que se ha dotado a sí misma de un conjunto
de valores y normas que expresan el consenso, la racionalidad, la libertad, el
respeto a los demás y la solidaridad que constituyen los cimientos de la misma.
Por ello, proporcionar
a niños y jóvenes una educación de calidad no consiste sólo en adquirir más
conocimientos instrumentales ni más habilidades cognitivas, artísticas o
afectivas, sino también educar en valores. El sentido que tiene hoy la
educación, que la sociedad le exige, es el pleno desarrollo de la personalidad
de los alumnos. La educación debe favorecer la adquisición de hábitos de
convivencia y de respeto mutuo y desarrollar en los alumnos actitudes
solidarias.
En los últimos
años, las sociedades democráticas, han experimentado profundos cambios
sociales, políticos y económicos que han originado la aparición de un ciudadano
más individualista, que tiende a basar sus valores y comportamientos en
elecciones personales y a depender menos de la tradición y del control social
ejercido por aquellas instituciones que tradicionalmente eran las depositarias y
las intérpretes de los códigos de conducta: familia, iglesias, grupos sociales,
partidos políticos, etc. Frente a los códigos grupales emerge una escala de
valores menos uniforme, una moral de situación que parece fragmentar la vida
personal y social en mil visiones distintas y, muchas veces, contrapuestas. Un
individualismo, en fin, que incita al individuo a desarrollarse de espaldas a
su contexto cultural e histórico de manera atomizada.
En una
sociedad democrática, la educación en valores debe referirse necesariamente a
aquellos que capacitan para el desarrollo de la ciudadanía. El desarrollo de
actitudes de respeto, tolerancia, solidaridad, participación o libertad debe
figurar entre los objetivos y las tareas del sistema educativo. Ello tiene
implicaciones importantes. Por una parte, exige proporcionar a los alumnos un
conocimiento suficiente acerca de los fundamentos y los modos de organización
del Estado democrático. Por otra parte, requiere ayudarles a desarrollar
actitudes favorables a dichos valores y a ser críticos con aquellas situaciones
en que se nota su ausencia. Por último, exige llevar a cabo prácticas de
democracia y participación ciudadana en el propio ámbito escolar. La educación
para una ciudadanía activa y responsable es un entramado en el que todas esas
vertientes deben estar integradas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario